Amor bajo el espino blanco es la película apropiada para reconciliarse con el cine, sobre todo tras el largo letargo veraniego trufado de propuestas mucho más ligeras destinadas a ser olvidadas tan rápido como se consumen.
Conviene recordar la mano de Zhang Yimou tras los hilos de los fotogramas, un director algo polémico pero con un indiscutible saber hacer, y que parece haber querido retornar a sus orígenes tras el atracón que le tuvo que suponer la organización de la apertura de los Juegos Olímpicos de Pekín 2008 (hay que recordar que esta película llega con dos inexplicable años de retraso a la cartelera española). Yimou ha demostrado saber llenar con silencios, gestos y miradas los vacíos que pueda tener la novela que ha servido de punto de partida a la película. Atrás quedan fastuosas puestas en escena y preciosistas fotografías para dar paso a la sencillez de unos sentimientos que se vislumbran casi transparentes tras los dos magníficos y desconocidos actores que dan vida a los protagonistas de la película.
La película transcurre bajo el telón de la Revolución Cultural China en la que se enviaba a jóvenes estudiantes a remotos entornos rurales para que se reeducaran en los valores de la Revolución ya que en dichos entornos se hacían más manifiestos y vigentes. La joven e inocente Jing (Dongyu Zhou) pertenece a una familia estigmada políticamente por su padre capitalista y durante su reeducación conoce a Sun (Shawn Dou), la atracción es mutua, poderosa e innegable. Jing intenta resistirse, pero Sun la persigue, incluso después de que la chica regrese a la ciudad. El amor entre ambos florece; puro, apasionado y secreto.
El que haya disfrutado con otros títulos de Zhang Yimou como Vivir o El camino a casa seguro que también lo hará con esta propuesta de reconciliación interior que nos ofrece el director chino; todas con el denominador común de la Revolución cultural como transfondo y el protagonismo de la mujer enérgica y sufridora. Aunque los más de 15 años que han pasado desde aquellas películas dejan su impronta y se percibe una forma de entender el cine mucho más balanceado y asequible a los gustos occidentales gracias a un montaje y un ritmo más ligero, pero sin renunciar a ese lenguaje visual que en el cine oriental gusta de apoyarse en constantes metáforas como ese río que cruzan los personajes cada vez que su relación da un nuevo paso adelante.
No deja de ser curioso como en una película en la que funcionan tan bien los silencios, donde muchas cosas no se dicen de forma explícita (como en la escena en la que la madre de la chica les pide que esperen un tiempo para continuar su relación pero el espectador ya ha intuido lo que ello supone) luego se tengan que usar cortinillas con intertítulos explicando pequeñas elipsis de la historia. Un recurso que se hace extraño la primera vez pero que claramente ayuda en el transcurso de la película en ir focalizando la atención en la relación de los protagonistas dejando su entorno en un segundo plano que no debe distraernos de lo más importante.
Pueden ser tópicos o características genéticas de cada forma de hacer cine pero la poesía, la delicadeza y la sencillez son ingredientes esenciales del cine oriental y Amor bajo el espino blanco es una buena muestra de ello y que se echaba en falta en nuestras carteleras desde la exquisita Milagro (Kiseki) del japonés Hirokazu Koreeda. Una forma de entender el cine que estuvo de moda hace algunos años pero que gracias a propuestas como ésta nos recuerda que sigue vigente y que todavía tiene mucho que contar.
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Ficha de la película: Amor bajo el espino blanco (2010)