El cine de Haneke siempre ha sido muy afilado y perturbador, sabe como nadie hurgar en los sentimientos más intrincados de la condición humana, y con Amor añade a su interesante filmografía un título mucho más intimista, personal e independiente que su anterior película La cinta blanca. Aunque ambas comparten un palmarés y reconocimiento que le sitúan en uno de los directores más consolidados del panorama europeo en lo que llevamos de siglo.La contundencia de la primera secuencia de la película es evidente: una puerta es forzada para irrumpir en el interior de un piso y descubrir un conmovedor escenario. Unos pocos minutos más tarde, pero dentro ya del flashback en el que transcurre casi toda la película, se nos muestra como alguien ha intentado forzar esa misma puerta sin el resultado apetecido; Haneke sabe jugar sus bazas estableciendo un bello paralelismo entre esa puerta que es la frontera al espacio más íntimo de los protagonistas, y también el acceso a una de las más bellas historias de amor que nos encargaremos de ir abriendo con suma delicadeza.
Al traspasar ese umbral conoceremos a Georges (Jean-Louis Trintignant) y Anne (Emmanuelle Riva), un matrimonio ya octogenario que disfruta de su jubilación compartiendo su pasión por la música clásica, en torno a la cual ha girado tanto su vida como la de su hija que esta casada y vive con su familia fuera de Francia. La unión y el amor de esta pareja se verá puesta a prueba el día que Anne sufre un ictus mientras desayunan juntos.
Pueden parecer excesivas dos horas para contar una historia tan simple, pero es tan rica y detallada la evolución de los personajes, que acelerar ese proceso sería verdaderamente autodestructivo para el ritmo de la película. Es complejo presentar a una persona vitalista y feliz como Anne que se va transformando a medida que la amargura, la desesperación y la vergüenza avanzan de forma paralela a su enfermedad. La evolución de George es interior y poco a poco vemos como ceden sus firmes convicciones iniciales y se altera su escala de valores. Eso sí, sin renunciar nunca a la ternura y el amor que son siempre inalterables y sirven de eje conductor al resto de los sentimientos.
A crear este intenso mundo interior, contribuye de sobremanera, el hecho de que prácticamente todo el metraje transcurre en el piso de Anne y George, un piso que es el reflejo exterior de ambos personajes, sus pasiones, su madurez y su estabilidad, algo alejado de los convencionalismos y las tendencias actuales… como Anne y George. Llama la atención que la única escena que transcurre fuera de dicho piso, al inicio de la película, esté construida sobre un largo plano fijo de un patio de butacas que nos devuelve nuestro propio reflejo como espectadores, una seña de identidad de Haneke que nos recuerda que nuestro papel en la historia es simplemente como observadores de la misma, sin posibilidad de interceder ni modificar el curso de los hechos. Una señal de que el destino está escrito y que debemos afrontarlo, por muy implacable que sea.
Haneke ha resuelto la mayoría de las escenas con largos planos fijos en los que la historia fluye de forma extraodinariamente natural, diseccionando todos y cada uno de los sentimientos y emociones que salen a relucir, pero con la distancia adecuada para enfriar la empatía con los protagonistas y no caer en dramatismos adicionales. Sólo en los momentos más relevantes vemos los primeros planos de Anne y George; y es en esos momentos cuando nos sacude toda la fuerza de esas miradas, esos gestos y esos silencios.
Es muy significativa la elipsis que hay entre el final del flashback y el final de la historia que todos conocemos desde los primeros minutos de la película. Un breve espacio de tiempo que cada espectador debe completar con sus sentimientos y las claves que ocultamente haya podido rescatar a lo largo de 120 intensos minutos, desde aquella puerta que se abre violentamente y que ahora nos toca entornar a nosotros, poco a poco, con delicadeza, sin portazos.
Ficha de la película:Amor (2012)