Es difícil comenzar una crítica cuando sabes que vas a ir a contracorriente, pero si The Master nos cuenta la historia de dos almas gemelas (en este caso del mismo sexo) que se mantienen unidas a lo largo de los tiempos, de lo que estoy seguro es que Paul Thomas Anderson y yo nunca hemos sido almas gemelas, ni en ésta, ni en vidas anteriores.
No voy a ser yo quien ponga en duda su filmografía, de hecho recuerdo con agrado la grata sorpresa que supuso en su momento aquellas ya lejanas Boogie Nights y Magnolia; fue sin duda aquel Punch-Drunk Love el que se me subió a la cabeza y desde entonces todo ha sido muy resacoso a pesar de que gran parte de la crítica y otra parte (bastante más limitada) del público lo llevan en volandas y proclaman su consagración entre los directores de culto del siglo XXI.
Volviendo a The Master, la película nos presenta el nacimiento de una organización religiosa en los Estados Unidos de la posguerra, en esta ocasíon se presenta bajo el asombroso punto de vista de Freddie (Joaquin Phoenix) un veterano de guerra que regresa perturbado y deambula sin rumbo fijo hasta conocer al brillante y carismático Lancaster Dodd (Philip Seymour Hoffman) estableciéndose de inmediato una intensa relación entre dos almas aparentemente opuestas e incompatibles.
Es en la definición y evolución de los personajes donde Paul Thomas Anderson brilla con luz propia, apoyado en unas sensacionales interpretaciones de Joaquin Phoenix y Philip Seymour Hoffman, quizás algo encasillados en sus papeles (vease Los idus de marzo y Two Lovers respectivamente); me gusta pensar que el verdadero reto de interpretación hubiera sido si se hubieran intercambiado los papeles.
Es sorprendente como apenas bastan tres minutos para que Joaquin Phoenix perfile con sumo detalle la compleja personalidad de Freddie, fragil y agresivo a la vez. Una mente perturbada que domina a la persona en que reside y que no dejará de dar tumbos hasta conectar con su alma gemela, encuentro que de forma simbólica tiene lugar en un barco amarrado justo a punto de zarpar, clara metáfora de ese lenguaje cinematográfico tan elegante de Paul Thomas Anderson. A partir de este encuentro cada momento que comparten ambos personajes en la pantalla se convierte en un verdadero mano a mano de la interpretación.
Pero llegados a este punto, la película se queda al otro lado de la pantalla y es complicada la conexión con el espectador ya que es imposible la empatía con ninguno de los personajes. La relación entre los dos protagonistas que el propio director define como “profunda, loca, sinsentido, intensa e inexplicable” ayuda a mantener el desconcierto en el espectador al pasar por todos los estados de ánimo posibles. Conseguir tal nivel de introspección requiere su tiempo, en este caso casi 140 minutos de un guión tan pedregoso como los valores de sus protagonistas, y un lenguaje cinematográfico tan exquisito que llega a ser difícil de apreciar, al ser como una esencia excesivamente concentrada, sirva de ejemplo ese leit-motiv de la escultura de arena que además le da un sentido circular a la propia película.
El resto de componentes cinematográficos como produción, fotografía o música quedan al servicio absoluto de los protagonistas y sus magistrales interpretaciones, buscando más el enfasis y perfilado de los personajes que un protagonismo propio; lo cual no es malo ya que, si pasan desapercibidos, es que están cumpliendo con el papel que les ha sido asignado.
Creo que queda claro a que tipo de cine y de película nos enfrentamos, nadie que conozca a Paul Thomas Anderson puede echarse las manos a la cabeza tras el paso de los títulos de crédito pero tampoco es que sea la mejor puerta de entrada para acceder a la compleja filmografía de este aclamado y polémico director. Me descubro ante una forma tan elegante de hacer cine pero el resultado final siempre se me antoja arduo e intrincado.
Enlace al artículo original:
Ficha de la película: The Master (2012)
